Aunque el trayecto que aún me queda por cubrir es considerable, ya he dejado atrás un buen trecho y han sido tantas las verdades absolutas que me han abatido a lo largo de este periplo que mi pobre corazón ha encanecido prematuramente, aparentando ahora mucha más edad de la que en realidad atesora. No en vano, averigüé que las armaduras sólo están capacitadas para resistir determinados impactos. Quizá por eso en mi peregrinaje recibí tantas heridas sobre heridas viejas, sobre viejos errores que, a pesar de los escarmientos, sigo sin enmendar. Eso sí, descarté al fin cualquier intento de racionalizar este desorden que algunos llaman vida, en el que el caos reina en total y absoluto albedrío. Asumí que los malvados sí que pueden conciliar el sueño por las noches, sin importar el daño que hayan infligido. Y comprobé que existen pordioseros ataviados con trajes de seda, que reptan por la vida recogiendo migajas mientras apartan del camino todo aquello que no vale dinero. Fueron...
Textos rescatados de las profundidades oceánicas del alma