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Los lunáticos

Este jueves, nos subimos a La Luna con María José... Tenéis otros lunáticos publicando textos jueveros en el Lugar de Encuentro.


“Cuando el sabio señala la luna, el tonto mira al dedo” Proverbio Chino


Al fin solo, el niño miró una vez más la luna. Después del intenso debate, no había quedado claro qué era lo que se escondía detrás de su pálida presencia: que si era un brillante, que si estaba hecha de queso, que si era un farolito que, como hacía su madre, alguien prendía en el cielo al acabar el día para que los críos no se asustasen de la oscuridad nocturna...

Su hermana Urania se sentó a su izquierda y, conocedora de las dudas que lo mortificaban,  le advirtió:

- La luna no es de queso. En realidad, ni si quiera la luz que emite es suya. La luna es sólo una enorme roca opaca que gira alrededor de nosotros y que, al caer la noche, refleja la luz del sol.

El niño miró con asombro a su hermana, con los ojos llenos de rencor. ¿En serio que la luna no era más que eso? ¿Una simple piedra grande? Se le rompía el corazón. Al niño no le gustaba el queso, pero, de repente, prefería que la luna fuese una enorme redondela de queso de cabra. Quizá no habría sido tan mágico, pero al menos habría sido algo fabuloso.

Su hermana Talía se sentó a su derecha y, tras poner en orden sus ideas,  lo consoló:

- Dicen los sabios que la luna se formó a partir de nuestro propio planeta, cuando un meteorito lo golpeó desgajándola. Al alejarse de nosotros, la luna tiró de los mares, provocando las mareas, las cuales acabaron dando vida a las moléculas que más tarde se transformaron en seres vivos. Así que, de alguna manera, todos nosotros, desde las hormigas hasta los dioses, descendemos de ella. No es de extrañar que su presencia interfiera en nuestro estado emocional, que provoque partos o que nos perturbe el sueño. Es el recuerdo de nuestras raíces, de unas raíces antiguas que se remontan al inicio de los tiempos, cuando todo el Universo latió junto una última vez, hace millones de años.

El niño volvió a otear el horizonte, observando la luna con ojos nuevos. Tanto mejor si estaba hecha de roca. De nuevo las preguntas se le agolpaban en la cabeza, en mayor número y a más velocidad que antes, cuando hubo deseado que la luna fuese un queso: ¿Aún seguía alejándose? ¿Y que pasaría si se alejase demasiado? ¿Se pararía el mar? ¿Y por qué brillaba si era de roca? ¿Y por qué unas veces se veía redonda y otras no?... Sin embargo, el niño supo que todas esas preguntas podían esperar de momento, absorto al fin en su arcana y opalina belleza.

Imagen creada con IA ©

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