[ ♬ ] Diviso una modesta casa encalada en algún rincón perdido de la sierra, con un pequeño huerto adyacente. Sentada en la desvencijada butaca del porche, escudada tras el calor de una taza de té recién hecho, diviso el extraño amanecer entre montañas, al que sigo sin acostumbrarme a pesar del tiempo que llevo aquí. Al otro lado de la propiedad se despereza esa colmena que aún no he domesticado y, delante del rústico vallado de madera tras el que se parapeta las hortalizas, corretean ya libremente cinco o seis gallinas ponedoras con nombre propio y los conejos más arrojados del pago. Ni dispersos ni apretados, en torno a la vivienda se alzan algunos frutales: un limonero, un naranjo, un manzano, un castaño, un olivo, un roble y un nogal, imprescindible en estas altitudes y latitudes. A su amparo crecen las verduras, organizadas en perfectos liños que se dirían trazados con tiralíneas: los rizados guisantes, las apuntaladas tomateras, las arenosas patatas, las crujientes coles......
Textos rescatados de las profundidades oceánicas del alma